INFERNAL THRONS ´CHRISTUS VENARI´
Por Mario González
La insanidad corroe mi alma tiñendo mis latidos de un negro ocre que llega a lacerar cada segundo en el cuál respiro, un vomito corrosivo voy propagando incesantemente para que los sordos que aún no son capaces de quebrar los barrotes vean la pestilencia que brota desde los mismos cimientos de esta maldita esencia.
Corroído por insanos pensamientos el machacar es un alivio que necesita el cuerpo, con ecos purulentos provenientes desde las tumbas que van esparciendo su macabro fin de existencia, el azufre se suspende en el aire que lleno de malicia va penetrando los poros de todos aquellos que se rinden a los sones bestiales de Infernal Throns.
Christus Venari recarga las venas de salvia maldita revitalizada por cantos venidos desde la misma muerte, para destruir con fuego la fe de aquellos malditos ciegos, siendo la pira el catalizador de toda existencia, el legado oscuro sigue tan fuerte y presente que la tierra tiembla al son del machacar de cada canción que Infernal Throns escupe sin contemplación.
Desde el lago de fuego centro del Hades, se vienen nuevas pestes más letales, regresan del infierno para contaminar los mares y despertar a las bestias del aletargamiento eterno, cada llamarada que se desprende de Christus Venari, carcome la vida de todo creyente de este maldito sistema.
Con sones que nos sumergen en el fuego eterno, la banda es despiadada a cada momento, sin respiro el oxígeno se agita en el aire carcomiendo los pulmones, que atiborrados de azufre va lacerando a los cuerpos para desmembrar sus almas sin lamentos.
Es allí es donde la soterrada ausencia de luz no da tregua, emergiendo la abominación sobre la tierra, Christus Venari aplaca todo intento de escape de expiación por tu alma desdeñada, siendo un lacerar constante sin piedad de tus suplicas sin fundamentos, en donde aquellos que conviven con el miedo sucumben sin miramientos.
Infernal Thorns se erige como un monolito en medio del desierto en dónde la abominación gloriosa hace derramar de sangre al nazareno, que clavado en su pulpito se carcome en la tortura que lentamente lo consume sin miramientos.
